El tema de la
desigualdad social ha sido recurrente durante los últimos cincuenta años y
siempre se lo ha denunciado con estridencia, por lo que pareciera que nada se
ha avanzado. Sin embargo ha gravitado fuertemente en la adopción de políticas
económico-sociales. Por esto parecemos unos tontos de capirote (para no decir
imbéciles), por incapaces de disminuir en algo el problema. De lo contrario
tendríamos que concluir que se trata de un asunto "estructural",
contra el cual nada se puede salvo intentar una revolución comunista, con
millones de muertos y emparejamiento en la miseria, como se postuló durante
aquellos años tan angelicales que antecedieron al setenta y tres, con el
catastrófico resultado conocido.
Pero también
puede reflejar un asunto de larguísima data en Chile: la morbosidad con que nos
solazamos contemplando el vaso medio vacío, en vez de detectar las
oportunidades que nos abre la visión del vaso medio lleno. No cabe duda que el
espectáculo deprimente es funcional a la prosopopeya demagógica y a la tontería
de los que siguen las modas sin detenerse a contemplar la realidad de las
cosas. Considerar las complejidades y valorar las potencialidades de las
personas descoloca a las ideologías.
Todo indica que
por aquí va la consideración del problema de la desigualdad. En nuestro
continente nos ubicamos entre los que mejor rendimos este examen: entreverados
con Argentina, que siempre estuvo lejos a la cabeza (bien por nosotros, mal por
los vecinos). No se nos mira con envidia, sino como un ejemplo de tarea bien
hecha que imitar. No hace mucho que el diario Folha de Sao Paulo (23-7-2010)
publicó un cuadro en el que Brasil aparecía en noveno lugar (¡qué malo!), pero
con orgullo mostraba cuánto se había mejorado (el vaso medio lleno). En esa
estadística no figuraba la destrozada Cuba, la otrora Perla del Caribe, que
cuando triunfó la revolución comunista hace medio siglo, era el tercer país del
continente en índices económico-sociales.
Las cifras
mundiales ubican a nuestro continente muy bajo porque en África y en Asia se
dan muchos casos de igualdad en la miseria. Por el contrario, los europeos
figuran muy altos pero no tienen plata para pagar el asistencialismo de los
subsidios. Pretender igualar a la fuerza es la receta de los declamadores
depresivos que finalmente nada remedian, pero igual conducen al socialismo.
Mirar el vaso medio lleno, en cambio, sana el espíritu y nos despliega
oportunidades que sólo aparecen al considerar las realidades.
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